Me da vergüenza verme en estas fotos retocadas y más aún enseñártelas.
No me resulta fácil escribir este post, te confieso que me da vergüenza.
Me da vergüenza por dos razones.
La primera por verme en las fotos antes de retocar, me veo espantosa…
Pero más vergüenza aún me dan las fotos retocadas. Me parecen una caricatura absurda de mi misma en las que no me reconozco. Y precisamente por esta segunda razón es por la que me he decidido a enseñártelas.
La idea de tragarme la vergüenza y escribir este post me vino cuando hace unos días leí la noticia sobre la denuncia de Inma Cuesta por una foto retocada en una revista.
Y no es la única famosa que ha criticado el uso excesivo de Photoshop…
Obviamente no soy un personaje público, ni mi testimonio tiene la misma relevancia para poder ayudar a otras personas a aceptarse a si mismas. Pero si mi experiencia te puede servir de algo, bien habrá merecido pasar esta vergüenza de publicar unas fotos que no puedo ni ver.
Porque si hay algo que empezamos a trabajar desde las primeras sesiones de coaching para adelgazar, es la importancia de aceptarse sin engañarte.
[Tweet «Sólo podemos cambiar voluntariamente aquello que reconocemos.»]
Ser consciente de uno mismo es el primer paso para poder cambiar de verdad. Y engañarse a uno mismo, abusando de retoques en las fotos, no es una buena idea.
Otra cosa bien distinta es que a todos nos gusta vernos favorecidos. Es natural y sano. De hecho hace tiempo escribí un post dedicado a CÓMO SALIR BIEN EN LAS FOTOS. Y con una buena pose y una buena iluminación podemos conseguir salir favorecidos sin tener que llegar a convertirnos en otra persona con tanto retoque.
Y ahora te cuento la historia de las «fotos de la vergüenza»:
Cuando di el paso de dedicarme profesionalmente en exclusiva al coaching, los inicios no fueron fáciles… Nunca lo son. Me arriesgué al dejar un buen trabajo y nadie me podía asegurar si me iría bien o no como coach profesional. Al principio todo son gastos y casi no hay ingresos, lo normal.
Pensaba que me faltaban unas buenas fotos para la web, porque creo que mostrarme ayudaría a conectar mejor. Así que estuve ahorrando unos cuantos meses para poder pagarme una sesión de fotos. Quería un buen fotógrafo, que consiguiese captar la cercanía que quería mostrar. Quería unas fotos bonitas y cercanas.
El día de la sesión de fotos me levanté emocionada y nerviosa. Nunca había hecho una sesión de fotos.
Como ellos eran los profesionales, me dejé llevar por sus instrucciones, me maquillaron, peinaron y me colocaron aquí y allí.
Cuando me enseñaban las fotos las veía con muchas sombras y me veía forzada en las poses. En ésta por ejemplo me sale papada porque estoy en una postura rara, sólo con que me hubiesen corregido la postura se habría arreglado…
Pero me tranquilizaban diciendo «que eso luego se arreglaba, que no me preocupase, que ya vería que guapa iba quedar».
Cuando me mandaron las fotos para elegir, no me gustaba ninguna. La iluminación me hacía sombras por todos lados, el pelo no me gustaba como me lo habían peinado, las posturas eran forzadas. Pero siguieron insistiendo en que «eso luego se arreglaba».
El horror vino cuando dando el trabajo por finalizado, me mandaron las fotos retocadas y no me reconocía. Era una versión absurda de mi misma. Yo no soy así. Parecía un muñeco de cera sin ninguna imperfección. Me habían retocado todo, me habían «mejorado» tanto que no era yo.
Llamé al fotógrafo inmediatamente y la conversación fue una de las más desagradables que he tenido. Trataba de hacerme creer que tenía la autoestima tan baja que no era capaz de reconocerme tan «guapa» como me habían dejado. Sí, eso me dijo. El problema resultaba ser el no reconocerme en esa caricatura «mejorada» de mi misma.
Y que además todo el mundo lo hacía. Que no quisiera ser tan legal, que todo el mundo se retocaba, que no fuera tonta…
Si te cuento ésto es porque me costó mucho dinero y un gran disgusto negarme a usar unas fotos que para mi sería como engañar a la gente fingiendo ser quien en realidad no soy.
Que a veces lo difícil es precisamente no caer en la trampa de engañarse a uno mismo y aceptarse tal cual eres.
Al cabo de unos meses volví a hacerme otras fotos con un fotógrafo bien distinto, que no trabaja en moda, que capta la esencia de las personas y que cuidando la iluminación y haciéndome sentir relajada, logró sacar la mejor versión de mi misma. Pero de mi misma, de verdad.
La moraleja de esta historia me gustaría que fuese que aunque es muy tentador empezar a retocar las fotos y cambiar o quitar lo que no nos gusta, puede llegar a confundirnos. Y es difícil no dejarnos arrastrar.
Y con ello no hacemos más que alimentar un ideal irreal inalcanzable.
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Si te ha gustado el post y se te ocurre que a alguien más le puede interesar, por favor compártelo. Mientras te espero con ilusión la próxima semana,
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